Voy conduciendo el coche y él está a mi lado. Que raro el volante está a la derecha pero no estamos en Inglaterra. El coche avanza por una carretera muy bonita bordeada de unos frondosos árboles de robustos troncos, el resto del paisaje es muy verde. No hay sol. Llegamos a un lugar que pone Gatenavic ire pore Slumidik, no tengo idea de lo que significa eso ni del idioma que es, pero intuyo que Gatenavic sinifica bienvenidos y Slumidick el nombre del pueblo.
Cuando entramos me quedo impresionada con el paisaje que me muestra ese pueblo, todos los colores del arco iris más todas las mezclas de colores inventadas y por inventar están frente a mi. Las casas son de formas caprichosas con aspectos de palacios de cuentos de hadas y balcones con barandillas de Julieta.
Quiero entrar al pueblo, le digo a mi acompañante, pero él no quiere, me dice que si paramos llegaremos tarde a nuestro destino, que no tenemos tiempo para ver esas mariconadas de casas multicolores, pero yo tengo muy claro que quiero verlo, así que paro el coche en un lugar seguro e iniciamos una acalorada discusión. Al final gano yo, parece que he conseguido convencerle y a regañadientes acepta mi propuesta de entrar a visitarlo.
Me dirijo en el coche hacia la calle principal y al fondo veo la casa de mis sueños, es de cristal y paredes de coloridos inigualables, encima de la gran puerta de entrada pone Juguer Histelenia, que no tengo ni la mas remota idea de lo que significa aunque observando un rato llego a la conclusión de que Histelenia significa hotel y Juguer el nombre del mismo. Quiero entrar.
Entramos y nos recibe una mujer tan hermosa como un amanecer de invierno en una fría montaña nevada. Su rostro es inexpresivo y frío pero sus ojos cordiales y acogedores. Con la palma de su mano da un golpe al pivote de un timbre dorado que tiene en su mostrador y aparece un enanillo perfectamente uniformado que nos saluda sonriente llevándose su enguantada mano blanca a la visera de su gorra y después se dirige a nuestro coche para sacar nuestras maletas.
La hermosa mujer fría del mostrador nos lleva por un pasillo, después subimos tras ella unas escaleras de caracol y al fondo del primer piso hay una hermosa puerta dorada que abre indicándonos con un gesto que pasemos, apenas si estamos empezando a reaccionar por la belleza de la habitación cuando oímos un ruido suave de la puerta al cerrarse. Es la bella dama que se ha ido dejándonos allí solos. Las maletas están colocadas sobre un soporte de cristal a los pies de la cama, abiertas y vacías, la ropa está perfectamente colocada en un armario. Desde la gran ventana de la habitación vemos el intenso verde de un campo, el intenso azul de un mar y el intenso marrón chocolate de la tierra. Es una vista de ensueño intensa, un paisaje que te atrapa intensamente, que no puedo dejar de mirarlo con toda la intensidad de mis ojos, es demasiado bello, intensamente bello...
De pronto se enciende un cartel luminoso en la cabecera de la cama que parpadea y emite una música suave con la palabra displatzen, ¿displatzen?, y que coño será eso?, pero al momento llego a la conclusión que displatzen significa cena porque en el cartelito luminoso hay dibujada una mesa con platos y cubiertos. Miro mi reloj y son las ocho de la tarde, parece pues una hora razonable para cenar. Mi acompañante me abraza tiernamente y me da un beso, después de susurra bajito al oído: gracias por convencerme, esto es un lugar deliciosamente desconcertante y bello, casi tan desconcertante como tu, me dice a la vez que me da un pellizco en la cintura. Le sonrío, me cojo de su mano y le digo: vayamos pues a cenar…
Bajamos nuevamente la escalera de caracol y la bella mujer del mostrador nos señala una puerta al fondo, cuando la atravesamos nos quedamos los dos boquiabiertos. Es una estancia muy grande con multitud de preciosas mesas con todo el mobiliario en colores pastel, blanco roto, rosa palo, verde pálido, melocotón, azul cielo … Todos hablan bajito, tan solo se escucha un murmullo suave.
Un señor muy alto y muy delgado con un traje negro y una pajarita roja nos indica con un gesto que le sigamos y nos lleva a una mesa en la que hay sentadas varias personas que se levantan todas al vernos e inclinan sus cabezas a modo de saludo, respondemos al saludo con un gesto similar y nos sentamos en la mesa.
Un piano nos regala el sonido que sale de sus teclas con suaves melodías, estoy fascinada por la música y el colorido de ese lugar. Llenan mi copa con un vino color rojo cristalino brillante, yo hago un ademan de un no gracias, no bebo, llévesenlo, pero el resto de los comensales me indican que lo pruebe. Obedezco sumisa, no quiero parecer descortés y acerco la copa a mis labios para dejar que el vino los humedezca y en ese instante siento unos deseos inmensos de beberlo y bebo, despacio, muy despacio. Es un vino especial que jamás antes había probado con un sabor indefinido que te habla y te dice quedamente bébeme y sigo bebiendo hasta terminar mi copa y siento al instante deseos de beberme otra.
Aún no había terminado de pensar en mi deseo de seguir bebiendo cuando veo que mi copa la han llenado de nuevo y vuelvo a beber de ella y luego otra y otra y otra…. Ese vino me atrapa pero no me emborracha, siento simplemente que floto y los colores de todo lo que me rodea aún son más intensos si cabe. Cuando llegamos a los postres encienden una especie de fogata en el centro del salón con una gran llama que casi roza el techo y entonces se empiezan a formar una especie de estalactitas puntiagudas que gotean justo en cada plato de cada comensal sin salirse de el. Es increíble la exactitud con la que caen esas gotas. Mi plato cada vez está mas lleno de gotas multicolores. Pruebo un poco con mi cucharilla de postre y el dulzor me invade, es un sabor delicioso y me lo voy comiendo entre las sonrisas de mis acompañantes que me observan, el amor de quien me acompaña y la dulce melodía que sale del piano. Después nos despedimos cortésmente y nos vamos de nuevo a nuestra habitación subiendo la escalera de caracol sin esfuerzo. Mis pies se posan suavemente en los peldaños sin apenas rozarlos, siento que floto y que en cualquier momento puedo hasta empezar a volar.
Cuando me meto entre las sábanas de mi cama siento como si fueran una dulce caricia para mi piel. Cierro los ojos y dejo que mi mente no piense en nada, tan solo me recreo en el placer que me produce el ligerísimo roce de unas sábanas que parecen manos enamoradas. Al instante siento que alguien penetra en mi vagina por detrás, no puedo verle el rostro tan solo escucho sus gemidos, que se parecen a los míos, aunque yo no gimo, guardo silencio y dejo que ellos giman en mi interior, en mis entrañas, el placer es inmenso, siento un orgasmo dentro de mi pero también siento que se me acaba el tiempo, que la casa de cristal se está derrumbando, veo como la bella señora de la entrada lucha por sujetar los hermosos pilares, pero todo se está desvaneciendo, mis ojos se están abriendo, cada vez lo veo todo más difuso, más lejano y me estoy marchando del sueño, me estoy marchando de mi sueño…
Cuando abro los ojos y tomo contacto con la realidad me doy cuenta que es sábado, que he dormido divinamente y que no se si he tenido un orgasmo, si un desconocido en mi sueño me ha penetrado o ha sido él mientras yo dormía.
Me vuelvo, le miro, le sonrío levemente pero no se lo pregunto, vuelvo a cerrar los ojos e intento ir de nuevo a mi sueño, quiero volver a ese lugar, pero el sueño ya se ha desvanecido, ya no puedo encontrarlo, busco y busco desesperadamente algo a que agarrarme para entrar de nuevo en Slumidick, pero no puedo, no puedo…Tan solo me queda levantarme y prepararme un desayuno con esa sensación dentro de mi de no saber jamás si lo que soñé fue eso, simplemente un sueño o una deliciosa realidad…
Blondie