Cuando fuimos hacia la cantera no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar, tan solo queríamos pasar el día y hacer unas cuantas fotos, teníamos todo el día por delante para nosotros y nos sentíamos muy bien. Los dos sabíamos que teníamos facturas pendientes, cosas por hablar, pero ninguno de los dos queríamos ensombrecer ese día con toda esa mierda, habíamos decido unilateral y tácitamente guardar silencio sobre esos asuntos y disfrutar del día en la cantera.
El día era realmente bello, el sol resplandecía y el aire estaba limpio, había oxigeno y la temperatura era perfecta, ni frío un calor, la justa. Roberto llevaba la máquina de fotos y lo fotografiaba todo con entusiasmo, como un niño con zapatos nuevos. Habíamos comprado esa máquina hacía unos días y la estábamos estrenando, queríamos probar todas las opciones, fotografiar con foto exposición e incluso hacer algún que otro montaje. Yo me había puesto muy guapa, ¡que al fin y al cabo una foto es una foto!, y quería salir perfecta, dentro mis posibilidades, claro...
Y así hicimos, Roberto disparaba y disparaba y yo ponía todas esas caras que me gustaban, guiñaba un ojo, sonreía, ponía cara de miedo, cara de susto, de horror, de sorpresa, sensual, maliciosa, sexy… y Roberto no paraba de decir,¡preciosas!, ya veras que fotos tan bonitas…y yo animada por su entusiasmo ideaba nuevas posturas divertidas y cambiaba mis abalorios y mis complementos para que las fotos fuesen diferentes.
Teníamos en el maletero del coche una cestita de mimbre, que habíamos comprado en carrefour en una oferta, era preciosa con sus platos y sus cubiertos, sus vasos y hasta había un mantel de cuadros rojo y blanco, aunque yo lo quería azul y blanco, como el mar, pero se había agotado y tuve que conformarme con el rojo. Me gustaba esa cestita, me recordaba a mi infancia y tenía tanta ilusión por estrenarla, que había hecho una maravillosa tortilla de patata y filetes rusos, de esos empanados, que aunque estén fríos están riquísimos. Las bebidas las teníamos en una nevera de esas que se enchufan en el coche, que también la habíamos comprado en Carrefour, en el mismo lote, la oferta era la cestita y la nevera. Habíamos metido cervezas, para Roberto, agua para los dos y coca cola ligth, para mi, que siempre la tomo light, por aquello de no engordar, ya sabéis…
Cuando llegó la hora de comer, Roberto fue al coche a por la cestita y al abrir la nevera exclamó un ¡mierda!, fuerte y contundente, la nevera no funcionaba, yo me puse furiosa,¡,mira que vendernos esto estropeado!, ¡serán subnormales!, tranquila me decía, nos la cambiaran…Si claro nos la cambian, - pensaba yo-, pero ahora mi coca cola light era puro caldo, estaba todo encharcado por el hielo, que se había desecho y encima calentorro…¡pues vaya mierda!. Pero al fijarme mejor, me di cuenta que la nevera no estaba estropeada, sino sin enchufar, ¡Roberto no la había enchufado!, ¿pero como era posible ese error?, ¡no la has enchufado!, le grité furiosa, ¡hace falta ser gilipollas!, ¡si la enchufé!,- gritó-, ¡estoy completamente seguro!, ¿completamente seguro?, ja, ja y ja, e iniciamos una absurda e interminable discusión por la nevera, de esas discusiones que se van encendiendo por momentos y que parece que no van a tener fin..,¡pues haberla enchufado tu!, - me gritaba - y yo le respondía con otra peor y así tiempo y tiempo hasta que nos tranquilizamos y decidimos sacar la cestita y comernos el pic nick. Busque un llano en el suelo, quité las piedritas, extendí una mantita, que tenía yo de un viaje a Grecia, que la había mangado en el avión, y le dije, tráela ya Roberto…
Pero cuando la abrimos, los dos dimos un respingo a la vez horrorizados, la cesta estaba llena de diminutos ratoncitos, negros y repugnantes, que habían destrozado la comida, e incluso el mantel que algunos cuadros ahora se habían convertido en agujeros.
Roberto cerró enérgicamente la cestita, la cogió y la tiró rodando por el desfiladero que había justo al final, después volvió a mi lado con la cara desencajada. No eran ratones, me dijo, ¿no te has dado cuenta?, eran uno bichos repugnantes y extraños, vayámonos de aquí por favor, ¡no quiero seguir aquí un solo segundo mas!, Roberto tiró de mi mano y me llevó rápidamente hacia el coche, ¡monta!, me dijo nervioso y metió la llave, pero el coche no arrancaba, lo intento muchas veces, solo oíamos ese gruñido de querer arrancar, pero nada…abrió el capó nervioso y vio que las bujias estaban arrancadas, ¡no estaban¡, ¿pero que está sucediendo?. Nos miramos sin apenas respirar, sin atrevernos a preguntarnos que pasaba, y sintiendo mas pánico aún cuando descubrimos que el depósito de gasolina del coche estaba agujereado…
Y en ese instante, justo en ese instante que estábamos descubriendo el charco de gasolina, se apagó la luz, el sol desapareció como por arte de magia y nos envolvió la oscuridad pese a ser las tres de la tarde. Empezamos a escuchar unos ruidos muy extraños, unos grititos, que no sabíamos muy bien de donde venían, porque si nos girábamos hacia donde pensábamos que venían inmediatamente lo escuchábamos venir de otro lado y así continuamente. ¡Coge el móvil!, le grité, pero lo móviles estaban en el asiento posterior del coche, destrozados, hechos añicos…¡estamos atrapados Roberto!, -le dije llorosa-, ¿qué pasa aquí?, alguien nos quiere hacer daño…
Empezamos a retroceder hacia un lado de la cantera, en busca de un apoyo para proteger nuestras espaldas, temblando y abrazados, preguntándonos bajito ¿qué hacer?. Roberto intentaba tranquilizarme pero yo estaba a punto de chillar, al borde de un ataque de nervios, mi corazón palpitaba y se quería salir de mi pecho, no podía a penas ni respirar, sentía una opresión fuerte y constante, cuando de repente vimos que nos rodeaban esos minúsculos y gregruzcos ratoncitos o lo que fuera…algunos tenían unos diminutos ojos verdes y otros de color rojo, que fosforecían, eran pequeñísimos puntos de luz inquietantes. Cada vez venían mas y mas, no nos mordían ni nos atacaban tan solo nos rodeaban subiéndose unos encima de otros y formando una montañita. Roberto y yo empezamos a darles patadas con todas nuestras fuerzas, pero ellos rodaba y con el impulso rebotaban y volvían a nuestro lado.¡No había forma de matarlos!, cuando los pisábamos, se escurrían por nuestras suelas de los zapatos, como lagartijas y emitiendo esos grititos, que a mi me parecían como unas risas malignas e histéricas y volvían de nuevo a rodearnos. Eran cientos ya, ¿cientos?, ¡que digo cientos!, mas bien miles…Cuanto mas los espantábamos mas venían, hasta que nos dimos cuenta que por cada uno que golpeábamos salían como seis o siete por lo menos, o tal vez mas…
Vamos a morir Roberto, - le dije-, con mi respiración entrecortada y sintiendo que nos faltaba ya el oxigeno. Habían formado una especie de cono altísimo en el que estábamos nosotros en medio rodeados, casi sin aire, parecía que ahora iban a cerrarlo por arriba…
Roberto me cogía con fuerza por mi cintura, me abrazaba temblando, pero yo sentía que me desvanecía…que me fallaban las fuerzas…ya no podía mas…Roberto por favor…Roberto…
Cuando desperté, había sol, un sol cegador, pero rojo, yo lo veía todo rojo. Miré hacia mi alrededor, pero Roberto no estaba, aún tenía ese ahogo en el pecho y mi corazón todavía palpitaba…El coche tampoco estaba, me incorporé torpemente dando traspiés e intentando mantener el equilibrio, pero no podía, me sentía muy débil, comencé a deslizarme a gatas hacia el centro de la cantera, buscando algún vestigio de Roberto, ¡pero nada!.
Cuando al fin conseguí incorporarme y mantener medio bien el equilibrio, avancé hacía el centro de la cantera y le vi allí, al fondo, sentado en el suelo, apoyado en un árbol, me acerqué hacia él, sigilosa, parecía ausente y no quería asustarle, tan solo quería saber que había pasado, preguntarle, Roberto…-le llamé bajito-, cuando me aproximaba, pero Roberto no me contestaba, tan siquiera se movía, hasta que dijo con una voz queda, ven…y cuando llegué a él y se volvió hacia mí, sus ojos eran verdes fosforescentes y su rostro el de un inmenso y negruzco ratón, quise alejarme, yo lo veía todo rojo, pero ya no me dejó…emitió esos grititos malignos, primero bajito, y cada vez mas alto, y mas alto, tan altos llegaron a ser esos grititos que se mezclaron con el eco de la Cantera y se convirtieron en un grito absolutamente ensordecedor.
Estoy bien, pero necesito comer, no viene nadie, y tengo tanto hambre…desde que la cantera está inactiva apenas comemos Roberto y yo, apenas podemos subsistir. Por las noches estamos tranquilos y al amanecer nos deshacemos en miles de ratoncitos y nos perdemos por los grietas de las piedras, ya que no se puede desaprovechar ninguna oportunidad y si viene alguien tenemos que estar muy atentos-, pero viene tan poca gente ya de excursión…
¿Por qué no vienes tu?, te puedes quedar aquí con nosotros…
Prueba, te gustará…
Blondie