20 de mayo de 2009

El Jardín de Rosas

Cantan Quiero abrazarte tanto maliZia kiss y Victor Manuel


Nunca debí aquella tarde, cuando salí a dar un paseo, desviar mi camino y elegir por puro azar esa otra calle, un par de manzanas más hacia arriba. Fue un error fatal porque al pasar por su jardín me quedé fascinada mirándolo. No podía apartar mi mirada de esas rosas. Me quedé allí quieta, observándolas largo rato, hasta que sentí la imperiosa necesidad de olerlas, de tocarlas. Tímidamente llamé al timbre de la verja para pedir permiso y salió él. Nunca debí haber tocado ese timbre, porque mientras balbuceaba ese permiso, sentí la imperiosa necesidad de que ese jardín fuese mío para siempre.

Él, muy cordial, me abrió la puerta para que pasase y fue explicándome pacientemente lo que simbolizaba cada rosa, ya que cada una tenía un significado y un por qué. Nunca debí escuchar sus explicaciones, porque mientras me las daba sentí la imperiosa necesidad de entrar en su casa y ver los jarrones que tenía dentro, con esas flores que ya no vivían más que en un palmo de agua.

Entré en su casa envuelta por el aroma a rosas que allí reinaba y mientras él iba explicándome lo que hacía con ellas antes de que se marchitasen, cómo las secaba y las convertía en bellas rosas secas para que formasen parte de su colección, comencé a sentir la imperiosa necesidad de conocer el resto de su casa. Me llevó a su cocina para enseñarme cómo las mimaba y las cuidaba. Nunca debí entrar en su cocina, porque mientras él cambiaba el agua de sus rosas explicándome ese mimo y cuidado que les profería, sentí la imperiosa necesidad de preparar un desayuno en su mesa y tomarlo los dos mirando por su ventana las rosas de su jardín que bordeaban el camino de cesped.

Mis ojos le transmitieron mi deseo de tomar ese café porque puso la cafetera al fuego.

Y mientras él preparaba la mesa y ponía los cubiertos en el salón, yo miraba todo lo que me rodeaba como si se tratase de un sueño, hasta que su voz rompió el silencio invitándome a sentarme para tomar ese café. Nunca debí sentarme en la mesa de su salón frente a él, porque mientras él me hablaba cordial y sonriente sobre sus rosas, sentí la imperiosa necesidad de conocerle mejor, de hacerle mío.

Fue demasiado fácil quererle. Nunca debí desviar mi camino aquella mañana, tomar ese camino que me llevó a su jardín de rosas, al olor de sus estancias, al intenso y embriagador aroma de su corazón…

Blondie

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