17 de febrero de 2011

Blondie Urbana: Casa Museo Sorolla


Últimamente he ido dos veces casi seguidas a La Casa Museo de Sorolla en Madrid y me he quedado con ganas de ir una tercera.

Nada más atravesar la puerta de entrada de la casa sientes cosas diferentes, y es que hay algo allí de él, de su esencia, paseas por su jardín, admiras las fuentes y ves el cenador con sus mesitas y sus sillas e imaginas a Sorolla rodeado de amigos y de Clotilde, su mujer, disfrutando de tertulias en las tardes de verano mientras sus hijos corretean por el jardín.

El interior de la casa es absolutamente fascinante, te mueves entre los muebles que él utilizó y pisas la misma tarima que pisó él. Puedes deleitarte en su estudio, donde pintaba y admirar sus viejas cajas de óleos con los tubos medio gastados, sus paletas con las mezclas de pintura seca, sus espátulas y pinceles aún manchados, esos que utilizaba para regalarnos todos esos cuadros llenos de luz, puedes mirar su escritorio y su gran bola del mundo con brújula que seguramente giró con esas mismas mágicas manos que pintaban todo lo que nos ha dejado e incluso observar muy de cerca la especie de sofá cheslón donde se tumbaba a descansar entre pintura y pintura para no subir la escalera a su habitación en el piso superior.

La entrada principal de la casa tiene un mirador curvo muy bello, al lado está su mesa de comedor, esa mesa donde comía todos los días con Clotilde y sus hijos y así todo… Puedes ver sus sofás, su mesita de fumador, su mueble sinfonier de mil cajones que seguramente abrió una y mil veces, su objetos, sus fotos y como no, sus cuadros, esos cuadros llenos, llenitos de luz en los que los blancos tienen un algo tan especial, que fascina nada más mirarlos. Cuadros que cuanto más te alejas de ellos, más bellos te parecen. Los cuadros de Sorolla hay que mirarlos desde lejos, desde muy lejos…

Entre los cuadros que puedes admirar allí esta el retrato de Clotilde, su mujer, un cuadro oscuro, sin apenas blancos pero que al mirarlo y alejarte te gusta cada vez más, es curioso porque ese cuadro tiene luz, mucha luz a pesar de ser negro, intensamente negro. El Rompeolas de San Sebastian que pintó en 1917 con un cantábrico enfurecido y utilizando los grises y los malvas. El Cuadro del paseo a orillas del mar, que lo pintó en 1909 después de su triunfo en Estados Unidos, un maravilloso cuadro con blancos intensos y azules de mar, de su mujer y su hija paseando por la playa con sus vestidos inflados por el aire, un cuadro con movimiento y esas pamelas en las manos para evitar que se volaran…

Ese mismo año pintó otro de su mujer en la misma playa de Biarritz, sentada en una silla al borde del mar con una máquina de fotos en sus manos. El cuadro lo tituló instantánea. Hay otro cuadro, que a mi personalmente me encantó, de una mujer y un bebé metidos en una inmensa cama de sábanas de un blanco cegador, impoluto, impresionante…Y más…muchos más cuadros, La Siesta, La bata rosa, la Trata de blancas y más, muchos de su mujer a la que seguramente amó como a nadie, cuadros inacabados en los que faltan rostros por terminar bien fuese porque no le gustaba como estaba quedando o porque abandonó la pintura para hacer otro proyecto o porque se aburrió y no quiso seguir, pero lo que dejó inacabado supera la belleza con creces…

Si me fascinó la exposición que vi en Bilbao en el Museo de Bellas Artes en el 2009 sobre su etapa americana (http://eldivandelloko.blogspot.com/search?q=sorolla), su casa me ha fascinado aún más si cabe. Al lado de ella hay otra casita independiente que tan solo se comunica con una puerta interior con la suya, que pertenecía al servicio y allí ahora están expuestas la colección de cerámicas del pintor, cerámica de Manises, su tierra natal, cerámica Granadina, benditeras, y un patio central de naranjos con una fuente que dan ganas de meterte en él y al mirarlo y admirarlo vuelves a imaginar lo que allí se vivió...

En definitiva, parece mentira que teniendo en casa, en Madrid, esta casa museo siempre lo fuese dejando para otro día y pasase el tiempo sin dedicar un rato para verlo. Pero claro ya sabemos eso de que en casa del herrero, cuchillo de palo…

Mi recomendación para todo el que lea esto: no perdérselo, si vivís en Madrid, lo tenéis fácil, tan solo tenéis que buscar un rato para ir a la calle General Martínez Campos y si vivís fuera no olvidéis anotar en vuestra agenda que si venís a Madrid hay que ir a La Casa Museo Sorolla, no os arrepentiréis. ¡Prometido!


Blondie

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