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Y cada cual que piense lo que quiera...
Romance del Conde Bis de la Maza
SI tú le pones un yelmo con penacho y con celada, su rodela quijotesca, su buena cota de mallas, es caballero del Cid dándole al moro batalla, repartiendo los mandobles redentores de su maza.
Según cuentan las gacetas, en Lazkao fue la hazaña. ¿Dónde coño está Lazkao? ¿Acaso es lugar de África, allá donde aquel negrito de la canción cultivaba un producto milagroso que parecido sonaba, total, Lazkao, Colacao, son palabras tan extrañas que hay que pedir diccionario para saberlo: acabaras, que esta leche de Lazkao ni es colacao ni es nada, que es la villa de Lazcano, en la tierra guipuzcoana. ¡Lazcano, coño, Lazcano es en lengua castellana!
Allí un noble caballero, español de rompe y rasga, que el apellido Gutiérrez lleva a honra, prez y gala, encontróse hace unos días que la chusma y la canalla asesina de la ETA, la que «violenta» llaman, puso una bomba de modo que le jodieron su casa. No le quedó un cristal sano, reventaron las persianas, rotos los muebles, los cuadros, los sillones y las camas, todo fue a tomar por saco por culpa de la metralla. Y cuando salió a la calle para llamar a la Erchaina, el caballero Gutiérrez advirtió que allí a la espalda, en la taberna que es antro do se reúne esta mafia, donde cogen sus cogorzas aberzales los etarras, había una panda de ellos que de risa se tiraban, desternillados de risa, como si tuviera gracia que al buen hombre aquella bomba la casa le destrozara.
Ni corto ni perezoso, con la fuerza de la raza, aquella furia española que era furia vascongada que con Zarra y con Gainza tanta gloria diera a España, que más vasco que el zorzico fue el famoso gol de Zarra; con el arrojo de aquellos navegantes de la patria que de Guetaria salían y la vuelta al mundo daban, el caso es el que el caballero volvió a su casa morada y en el cuarto de los trastos, aunque destrozado estaba, halló lo que iba buscando y lo que necesitaba: había un martillo de bola y al lado estaba una maza. ¡Cómo le hervía la sangre cuando con ella bajaba camino de la taberna de la asesina calaña! Y lo mismito que El Cid a la morisma arreaba la leña con su tizona y hasta el mar los arrojaba: o lo mismo que aquel otro que Vargas se apellidaba y al que un moro babuchero le arrebatara su espada, tras lo cual se fue hacia un árbol y le desgajó una rama y se puso a dar tal leña a la tropa mahometana que a todos los hizo cisco, a todos los machucaba, tras de lo cual le llamaron Machuca después de Vargas... Con ardor de reconquista y con unción de cruzada, fue, pues, Emilio Gutiérrez con dos cojones por banda derecho hacia la taberna de la gentuza malvada. Y con la maza en la mano, por aquella puerta entraba, y al momento la emprendía con el grifo de las cañas, los botes de los chiquitos, las bandejas de las tapas, las vitrinas de los pinchos, la recaudadora caja y el bote de las propinas para los presos etarras.
Un solo Emilio es muy poco, más Gutiérrez hacen falta para parar a esa chusma del crimen y la metralla. Su noble gesto recuerda viejas gestas castellanas. Pidiendo viene poetas el héroe de la maza. Pidiendo viene romances que digan que tal hazaña es símbolo de esta hora: es esa gota de agua que colma el vaso, señores, de paciencia de la patria. Tal dignidad tiene el gesto, tanto valor derrochara, que, ya digo, tú le pones un yelmo con su celada, su rodela quijotesca, su buena cota de mallas y es caballero del Cid, guerrero de sus mesnadas. Por lo cual aquí propongo a Juan Carlos, Rey de España, que conceda el duplicado de una merced nobiliaria al héroe vascongado cuya maza dijo «¡Basta!»: que lo cree Conde Bis, el Conde Bis de la Maza. Que si no tiene en Morón sus fincas de reses bravas donde de la soltería se despidiera una Infanta, tiene en cambio dos cojones. Dos cojones y una maza.
SI tú le pones un yelmo con penacho y con celada, su rodela quijotesca, su buena cota de mallas, es caballero del Cid dándole al moro batalla, repartiendo los mandobles redentores de su maza.
Según cuentan las gacetas, en Lazkao fue la hazaña. ¿Dónde coño está Lazkao? ¿Acaso es lugar de África, allá donde aquel negrito de la canción cultivaba un producto milagroso que parecido sonaba, total, Lazkao, Colacao, son palabras tan extrañas que hay que pedir diccionario para saberlo: acabaras, que esta leche de Lazkao ni es colacao ni es nada, que es la villa de Lazcano, en la tierra guipuzcoana. ¡Lazcano, coño, Lazcano es en lengua castellana!
Allí un noble caballero, español de rompe y rasga, que el apellido Gutiérrez lleva a honra, prez y gala, encontróse hace unos días que la chusma y la canalla asesina de la ETA, la que «violenta» llaman, puso una bomba de modo que le jodieron su casa. No le quedó un cristal sano, reventaron las persianas, rotos los muebles, los cuadros, los sillones y las camas, todo fue a tomar por saco por culpa de la metralla. Y cuando salió a la calle para llamar a la Erchaina, el caballero Gutiérrez advirtió que allí a la espalda, en la taberna que es antro do se reúne esta mafia, donde cogen sus cogorzas aberzales los etarras, había una panda de ellos que de risa se tiraban, desternillados de risa, como si tuviera gracia que al buen hombre aquella bomba la casa le destrozara.
Ni corto ni perezoso, con la fuerza de la raza, aquella furia española que era furia vascongada que con Zarra y con Gainza tanta gloria diera a España, que más vasco que el zorzico fue el famoso gol de Zarra; con el arrojo de aquellos navegantes de la patria que de Guetaria salían y la vuelta al mundo daban, el caso es el que el caballero volvió a su casa morada y en el cuarto de los trastos, aunque destrozado estaba, halló lo que iba buscando y lo que necesitaba: había un martillo de bola y al lado estaba una maza. ¡Cómo le hervía la sangre cuando con ella bajaba camino de la taberna de la asesina calaña! Y lo mismito que El Cid a la morisma arreaba la leña con su tizona y hasta el mar los arrojaba: o lo mismo que aquel otro que Vargas se apellidaba y al que un moro babuchero le arrebatara su espada, tras lo cual se fue hacia un árbol y le desgajó una rama y se puso a dar tal leña a la tropa mahometana que a todos los hizo cisco, a todos los machucaba, tras de lo cual le llamaron Machuca después de Vargas... Con ardor de reconquista y con unción de cruzada, fue, pues, Emilio Gutiérrez con dos cojones por banda derecho hacia la taberna de la gentuza malvada. Y con la maza en la mano, por aquella puerta entraba, y al momento la emprendía con el grifo de las cañas, los botes de los chiquitos, las bandejas de las tapas, las vitrinas de los pinchos, la recaudadora caja y el bote de las propinas para los presos etarras.
Un solo Emilio es muy poco, más Gutiérrez hacen falta para parar a esa chusma del crimen y la metralla. Su noble gesto recuerda viejas gestas castellanas. Pidiendo viene poetas el héroe de la maza. Pidiendo viene romances que digan que tal hazaña es símbolo de esta hora: es esa gota de agua que colma el vaso, señores, de paciencia de la patria. Tal dignidad tiene el gesto, tanto valor derrochara, que, ya digo, tú le pones un yelmo con su celada, su rodela quijotesca, su buena cota de mallas y es caballero del Cid, guerrero de sus mesnadas. Por lo cual aquí propongo a Juan Carlos, Rey de España, que conceda el duplicado de una merced nobiliaria al héroe vascongado cuya maza dijo «¡Basta!»: que lo cree Conde Bis, el Conde Bis de la Maza. Que si no tiene en Morón sus fincas de reses bravas donde de la soltería se despidiera una Infanta, tiene en cambio dos cojones. Dos cojones y una maza.
Antonio Burgos
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