24 de octubre de 2012

Hebillas Oxidadas

Las hebillas de las sandalias se habían oxidado por la humedad del pequeño oasis del desierto de Egipto. Había cesado la tormenta de arena roja y ahora el calor era sofocante, el aire irrespirable y la sed acuciante. Sus pies con hebillas oxidadas se arrastraban fatigosamente sin rumbo por las arenas que se le metían entre los dedos y le hacían cosquillas.

Hacía un calor tan asfixiante que comenzó a quitarse la ropa hasta que llegó a la piel, que no pudo quitarse aunque también le sobraba.

Un Egipcio de tez morena, joven y bello, como una madrugada solitaria en un paisaje idílico, la miraba fijamente desde el horizonte montado en un camello.

Ella tapó sus vergüenzas tumbándose sobre la fina arena dorada pensando en volverse camaleónica para no ser vista. Pero el hombre seguía mirándola, optó pues por levantarse y dirigirse hacia él desnuda, con sus pies vestidos por las sandalias de hebillas oxidadas.

Cuando llegó al horizonte, no había hombre bello, no había camello, no había mirada.

Estaba desorientada, estaba cansada, estaba perdida…

Blondie

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