El Roscón de Reyes
Año tras año sucedía lo mismo, la mesa vestida con un maravilloso mantel blanco con bordados, que siempre acababa con manchones de chocolate que había que quitar tras arduas luchas con la lejía los días posteriores, para guárdalo después inmaculadamente blanco en el cajón a la espera de los siguientes reyes.
Las tazas, grandes, de esas de forma antigua y porcelana fina color blanco roto, con un imperceptible filo dorado, elegantes, preciosas. Allí estaban, vacías, desafiantes, esperando que el espeso chocolate se apoderase de ellas, esas tazas que año tras año rozaban los labios de todos los que compartían, alegría, risas, mesa y reyes en esa casa, tazas que luego había que lavar con exquisito mimo, con un cuidado especial para evitar golpearlas y poderlas guardar enteras, secas y brillantes en la alacena a la espera de que llegasen los siguientes reyes.
Las cucharillas de plata con las iniciales grabadas, una entrelazada con la otra, la inicial de él y la de ella, unas cucharillas antiguas, ligeramente gastadas, como deben de ser las cuberterías de plata vividas, unas cucharillas que después había que lavar en agua jabonosa a mano, con sumo cuidado y contar y recontar varias veces antes de tirar la basura, no fuese a ser que con tanto alboroto y alegría una de ellas se hubiese despistado en las profundidades del cubo de los desperdicios y se descabalasen años de comidas y meriendas por un error imperdonable.
En el centro de la mesa el roscón, el autentico protagonista de ese día, ovalado, grueso, grande inmenso, con vida propia, diciendo sin hablar, comedme…
Al igual que todos los años, desde hacía ya varios, ella cortaba el roscón y siempre surgían los mismos comentarios año tras año, ¿quién paga el roscón?, ¿a quien le toque el haba o la sorpresa?, y risas…, muchas risas, porque nadie quería pagar el roscón, nadie se ponía de acuerdo sobre si era el haba o la sorpresa, unos decían a quien le toque el haba, otros decían no, no, es a quien le toque la sorpresa y así entre risas ella iba cortando los trozos y nunca, pero lo que se dice nunca, le tocaba ni el haba, ni la sorpresa. Siempre miraba aliviada a quien le había tocado el haba y envidiosa a quien el había tocado la sorpresa…
La jarra de chocolate humeaba, estaba espeso y muy rico, de esos de casa de toda la vida, hecho con una tableta de chocolate valor, como Dios manda, nada de chocolates en polvo, chocolate puro y bien ralladito para que no salgan grumos, el resultado, después de darle a la pala un buen rato, soberbio, exquisito, para repetir y volver a llenar la taza un par de veces más…
¿Empezamos?. Empecemos, dijeron todos riéndose…
Ella tomó un traguito pequeño de chocolate ¡como quema!, exclamó con un gesto divertido y acto seguido se llevó el pedazo de roscón a la boca con las manos, ni tenedor ni gaitas, el roscón como está bueno es a mordiscos y eso es justamente lo que hizo, abrir la boca e hincar el diente en su trozo y ahí fue cuando sus paletos tropezaron con algo duro, uy ¿será el haba?, pensó angustiada sin decir nada…
Continuó mordisqueando y se encontró con un minúsculo corazón rojo muy brillante envuelto en celofán, ¡era la sorpresa!, le había tocado a ella... ¡A ella!
¿Sería que al fin iba a tener suerte en la vida?, se preguntó mientras relamía libidinosamente con su lengua el chocolate que le había caído por la comisura de sus labios…
Blondie