10 de diciembre de 2008

Café Amargo

Esta historia no es mía, un amigo me la ha contado hoy de viva voz, me pareció muy divertida y yo simplemente me he limitado a plasmarla en un papel añadiendo alguna cosilla de mi cosecha. El merito es suyo y no mío,

Yo simplemente fui la “escribana”, ¿se dice así?

Adelante, pasen y lean…

Blondie

Café Amargo

Andrés salió de casa de sus padres en La Iglesuela del Cid a altas horas de la noche, a pesar de haber ido esa misma tarde le faltaba el aire, necesitaba estar solo.

Encendió un cigarrillo en la fría noche de otoño mientras se dirigía despacio hacia su coche. Al llegar quitó mecánicamente un folleto de publicidad del parabrisas arrugándolo con su mano izquierda introduciendolo lentamente en el bolsillo de su gabardina.

Arrancó el coche y se encaminó hacia la salida del pueblo hacia Cantavieja, dirección Teruel. Conducía despacio, no tenía prisa, la carretera estaba vacía y únicamente los faros de algún coche que venía en dirección contraria le sacaban momentáneamente de sus absortos pensamientos.

De repente sintió en el asiento posterior de su automóvil, justo detrás de él un bulto con ojos que le hablaba. Era Marcela.

Andrés se sobresaltó de tal manera, que dio un volantazo y a punto estuvo de salirse de la carretera, pero en el último momento corrigió la maniobra, aminoró la marcha y se desvió a la estación de servicio Entre Curvas.

Paró al lado del pasillo de dispensadores de gasolina y le dijo a Marcela enérgicamente: Sal de mi coche por favor. De nada le sirvió a Marcela rogarle que la perdonase, Andrés lo tenía muy claro. No podía perdonarle jamás que hubiese intentado asesinarle, así que se limitó a preguntar a Marcela si tenía dinero, ya que no quería dejarla allí tirada sin ningún medio de subsistencia.

Cuando ella respondió; Sí, tengo dinero pero no te tengo a ti, Andrés se alejó de ella, sin mediar palabra, arranco nuevamente el coche y salió de la gasolinera viendo como la silueta de Marcela se hacía cada vez más pequeña en el espejo de su retrovisor.

Continuó su marcha hacia Cantavieja pensando que tal vez igual había sido demasiado duro, pero no le había dejado otra opción...

Esa misma mañana en Teruel, en el pisito que ambos compartían desde hacia ya casi tres años había sucedido algo terrible.

Marcela le preparó un café y cuando Andrés estaba a punto de tomarlo el gato se atravesó entre ellos volcando la taza. Marcela se apresuró a limpiarlo rápidamente, muy nerviosa, como queriendo ocultar algo, pero Andrés tuvo tiempo de ver en el fondo de la taza unos extraños polvos blancos, aunque no dijo nada.

Mientras Marcela se duchaba, aprovecho para investigar y encontró en el bolsillo de la bata, que él le había regalado por navidad, el frasco de arsénico que utilizaban para desratizar su jardín y lo comprendió todo. Marcela no le había perdonado su infidelidad y había querido asesinarle. No podía perdonarla, podría ahora estar muerto en el tanatorio de La Iglesuela del Cid - pensaba- y hasta tal vez estaría Marcela llorándole …

Salió de casa despavorido y no paró hasta llegar a casa de sus padres en la Iglesuela del Cid.

Pero si es cierto que la taza no la había volcado el gato a pesar de atravesarse y de decir Marcela que había sido él, porque Andrés había visto como ella le daba un manotazo para volcarla a la vez que el gato corría por el mantel. ¿Se habría arrepentido en el último momento?.

Empezaron a invadirle las dudas, quizás había sido demasiado duro con ella, al fin y al cabo sus infidelidades fueron más de una y quizás Marcela tuvo un arrebato del que se arrepintió en el último momento ...

En el primer camino que encontró a su derecha dio la vuelta en la carretera y se dirigió de nuevo hacia la estación de servicio Entre Curvas. Al llegar miró a su alrededor pero Marcela no estaba.

Se dirigió al bar Corazones, que estaba en un extremo de la gasolinera y al entrar la vio en la barra, inmóvil frente a un café. Acariciaba la taza pensativa con la mirada perdida mientras Rodrigo el camarero hablaba con ella. Marcela parecía ausente, no escuchaba.

Rodrigo era de La Iglesuela del Cid y Andrés lo conocía desde que eran chavales. Había estudiado arquitectura y abandonó el pueblo hacía unos años para montar en Madrid un estudio de arquitectura y diseño, pero al estallar la burbuja inmobiliaria y con la crisis tan salvaje que había a nivel mundial no le quedó mas remedio que cerrar el estudio y volverse a su pueblo donde encontró un trabajo de camarero en Corazones.

Al ver que Andrés se dirigía hacia Marcela, Rodrigo se retiró discretamente, aunque fue testigo mudo de lo que allí sucedió.

Hola Marcela dijo bajito Andrés, te perdono. Marcela levantó la mirada sonriéndole con tristeza.

Andrés dio un manotazo a la taza de café de Marcela. Estamos en paz -dijo-, y después de contemplarse un instante sin decirse nada ambos se abrazaron y Marcela sonriendo le susurró al oido, los polvos eran sacarina tonto…

Escrito por Blondie

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Malizia, muchas gracias por publicar este relato en tu blog y por tu ayuda .. un beso.

Anónimo dijo...

Blondie! guapa !!

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