4 de noviembre de 2011

En Las Dunas


El viento azotaba fuerte, era caliente y a su paso levantaba remolinos de arena del desierto. El calor era exagerado, las dunas de una belleza inigualable y los bereberes hombres de ley. Algunos tenían las pieles arrugadas, con surcos que marcaban en su rostro lo vivido, lo sentido, lo sufrido, otros eran realmente bellos. Las mujeres me untaron de Henna los pies, las manos y el pelo, pasaron un fino palo de madera por mi ojos con kohl y me pusieron una túnica. Yo me dejaba hacer, no me importaba nada vivir lo mismo que ellos siempre y cuando no se les ocurriese taparme la cara. Por ahí si que no pasaría…

Pero no me la cubrieron, tan solo tocaron música en mi honor, sacaron dátiles, te verde que fueron haciendo con menta, con hojas frescas de menta que trituraron cuidadosamente, sacaron una fuente con cordero, otra con cuscús y una pipa con kif, hicieron un corro y cantaron hasta el amanecer.

Él me miraba todo el rato, yo no le miraba pero le veía y veía como me miraba, sentía su mirada fija y penetrante en mi.

El tiempo se había detenido, el silencio del desierto nos envolvía, sentí deseos de ser amada por aquel bello y desconocido berebere de mirada azul intensamente profunda y cuerpo fuerte, joven y deseable. Dejé que me siguiera mirando y acariciando mi piel con su pupilas. La magia de ese lugar me estaba embriagando…

Algunos se fueron durmiendo acunados por el kif, otros cantaban ajenos a todo, otros se retiraron silenciosos a sus cabilas y él y yo nos perdimos por las dunas y nos amamos hasta el amanecer, despacio, muy despacio, no nos dijimos nada porque nada podíamos decirnos, no entendíamos nuestros lenguajes pero si entendimos el lenguaje del deseo, del amor y habló el por nosotros…

Nos despertó el sol el uno en brazos del otro, nos miramos sonriendo, bebimos agua de la cantimplora, me monté en el camello y él tiró de la cuerda del animal caminando hasta llegar a un lugar medio civilizado donde me esperaban con un jeep, en el que me monté y vi como su silueta se alejaba de mi lentamente, como esos ojos me despedían con amor…


Yo volvía a casa, él se quedaba en el desierto...

No le dije mi nombre, no me dijo su nombre, no nos dijimos adiós, tan solo nos sonreímos y dejamos que nuestras manos se deslizaran lentamente separándonos, mirándonos con tristeza... Jamás volví a verle.

Blondie

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