17 de octubre de 2008

La Rácana

Gertrudis Ramírez es la rácana entre las rácanas, la más rácana, la rácana por excelencia…

Una vez, hace ya algún tiempo, enfermó y cayó postrada en cama. Pasaron los días y no mejoraba, al contrario, por más cuidados y atenciones que recibía cada vez iba empeorando más, cada atardecer estaba peor que el anterior, hasta que una noche se puso tan mala que tuvieron que llamar a un sacerdote para que le diera la extremaunción ya que su estado había pasado de crítico a extremadamente extremo.

El cura inició sus rezos rodeado de todos los familiares: tíos, primos sobrinos y demás familia. Las mujeres lloraban como plañideras, vamos que el espectáculo era digno de ver, no se vayan ustedes a creer…El momento era muy tenso y emotivo, cargado de afectividad y de desconsuelo, no por la pérdida del ser querido, sino mas bien por lo que se alargaba el asunto. Hasta se podía ver en los ojos de algúnos familiares lejanos ese brillo especial, no producido por las lágrimas, sino mas bien por la excitación que sentían al pensar en la suculenta herencia que les esperaba…

Pero se puede decir que en general Gertrudis Ramírez era llorada por todos, hasta por el cura, que esperaba un buen pellizco para sus menesteres, distinta era ya la causa de esos lloros, que auque no ahondemos en ella, a estas alturas del relato, el lector ya lo habrá deducido ampliamente y sin riesgo a equivocarse…

Lástima que Gertrudis Gutiérrez no tuviese hijos o mejor aún hijas, que tan útiles son en estos casos, cuando se tiene que vivir semejante circunstancia, porque hay que ver lo que en este tipo de eventos se las echa en falta, habrían sido tan necesarias…Mira que morirse y no tener mas que sobrinos lejanos para que la hereden, ¿a quien se le ocurre?, eso se prevee ¿no?, vamos digo yo… (1)

El cura, muy responsable para su trabajo, le iba regalando con esmero y cariño, todas aquellas palabras que reconfortan cuando tienes que iniciar un viaje hacia el más allá dejando todos los bienes terrenales para los pobres mortales que aun no viajan, mientras el resto de los asistentes escuchaban taciturnos, guardando las composturas, aunque nerviosos porque la agonía no terminase para la pobre Gertrudis y así poder retirarse a dilucidar con quien pelearían por un cacho de herencia…

En estas cosas andaban todos cuando Gertrudis se incorporó en la cama súbitamente, abrió los ojos como platos y dijo sentenciosa con voz queda y de ultratumba: Ahora que me acuerdo no puedo morirme porque Humildad, mi vecina, me debe ochenta céntimos de euro y una tacita de arroz.

Los rostros de los asistentes se fueron demudando uno a uno, incluso el del cura, mientras Gertrudis se fue a la cocina a los quehaceres propios de su sexo, dejando a todos los asistentes con tres palmos de narices…

Blondie

(1) Copyright maliZia_kiss

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