31 de enero de 2009

En las Trincheras


A escasos metros de su casa estaba la trinchera. Cuando al atardecer Marcela salía a por su racionamiento le veía ahí, atrincherado, esperando para abatir al enemigo. Le daba mucha pena verle así, pero jamás le decía nada, tan solo le miraba. Damian no comprendía que sus balas irían con toda certeza al corazón de un conocido o un amigo o tal vez de un ser querido. Estaba cegado por el odio y su mente ya no era clara. Es lo que tienen las guerras civiles que destrozan y convierten en verdugos a los amigos, que manipulan la mente para sus propios fines. Cuando alguien le decía que Damian azuzaba al resto de los soldados, esa pena que sentía se convertía en infinita…Hacia mucho tiempo que conocía a Damian y siempre había pensado de él que solo le gustaba jugar a los barquitos, pero ahora la guerra le había envalentonado de tal manera que parecía mas bien un soldado sediento de sangre que un pacífico ciudadano que envían a la guerra…

Había soñado muchas veces que Damian se haría insumiso y abandonaría la trinchera, no porque ella lo desease ya que al fin y al cabo era su vida, sino porque él no era así y pensaba que debía huir de esa locura, pero cada vez que pasaba por su lado veía un brillo más oscuro en su mirada y pensaba que se estaba perdiendo en sí mismo, aunque no le decía nada, tal solo le observaba…

Cuando sonaba el toque de queda Marcela se retiraba a su casa y ni se le ocurría salir o asomarse por la ventana, no porque tuviese miedo a las balas sino porque no quería ver como estaban todos ansiosos de sangre, era demasiado sensible para presenciar semejante espectáculo...

Cuando sonaba la alarma, Marcela corría al refugio, tal y como estaba mandado, pero siempre con la incertidumbre de si volvería a verle atrincherado y dispuesto a matar cuando cesase el bombardeo.

Una mañana, al amanecer unos milicianos tiraron la puerta de una casa y subieron hasta las habitaciones, allí, en una de ellas dormía profundamente una mujer que se despertó bruscamente con uno de los milicianos encima de ella, ante las miradas burlonas de los otros, aplastándola, quería violentarla para hacer unas risas con sus colegas a costa de ella, para demostrar que él era el más fuerte, que ninguna guerra le abatía, pero ella se defendía con uñas y dientes e iniciaron un feroz forcejeo. La mujer como pudo deslizó su mano derecha hacia la parte baja del jergón, palpó la pistola, la sacó y apretó sin titubear el gatillo directamente al pecho del hombre que la forzaba en el mismo momento que él disparaba certeramente en el corazón de ella.

Un instante antes de morir los dos, pudieron verse las caras. Eran Damian y Marcela


Blondie
Lili Marlen
Esta canción es una adaptación realizada por los componentes de la División Azul de la que, con el mismo título, compuso Hans Leip en 1915. Durante la Segunda Guerra Mundial fue popularizada por Lale Andersen, quien la interpretaba de continuo desde los micrófonos de Radio Belgrado. Se cantó en todos los frentes y por ambos bandos.

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