31 de octubre de 2011

La Cita


Se habían conocido por Internet, de una manera casual y así casualmente empezaron a hablar cada día hasta que sus sentimientos crecieron y comenzaron a sentirse imprescindibles. Ninguno de los dos se atrevía a desvelar su verdadera identidad y mantenían una especie de tira y afloja sobre ella, un me fío pero no me fío. Anda tanto loco suelto pensaba ella… Anda tanta loca suelta pensaba él…Pero volvían a buscarse cada noche con una necesidad cada vez más imperiosa.

Sus corazones latían juntos a través de una pantalla, nada sabían de sus vidas el uno del otro, tan solo sabían de sus sentimientos, de sus sensaciones y de esa especie de química extraña que había nacido entre ellos inexplicablemente. Tan solo se habían intercambiado una fotografía, que podía ser real o tal vez falsa, pero ambos soñaban con el rostro de la foto intercambiada.

El tiempo pasaba y en vez de apaciguar ese sentimiento, crecía sin remedio, cada día y pese a ser unos perfectos desconocidos se sentían más cercanos, menos extraños, más unidos…

El destino les había unido de la forma más caprichosa, en forma de una extraña energía que ambos podían masticar cuando estaban conectados, una energía que hacía que supiesen como se sentía el otro con tan solo leer la primera letra de la primera palabra que se tecleaban al encontrarse en la pantalla cada día y en forma de ese famoso hilo, fino, fuerte e invisible, que tan solo veían ellos, cuando no estaban enfrente de esa pantalla.

¿La mente les había jugado una mala pasada?, ¿tal vez la necesidad de querer?, ¿la soledad?, ¿qué diablos estaba pasando?, se preguntaban…

Y así pasaron horas, muchas horas y días muchos días y meses...Sin atreverse a desvelar su identidad por aquello de que en Internet anda mucho loco suelto, pero sin poder desligarse de esa extraña comunión entre ellos.

Hasta que un día al fin se decidieron. Tenemos que conocernos, teclearon al unísono en la pantalla y ambos coincidieron que ya no podía pasar más tiempo, que se amaban demasiado y acordaron una cita, pero sin desvelar su identidad, ni el número de teléfono se dieron tan siquiera. Yo llevaré una rosa roja en la mano dijo ella y yo un periódico doblado a lo largo en mi mano izquierda dijo él.

Se citaron el día treinta de ese mismo mes a las once de la mañana en la puerta de la estación de tren. Desde que acordaron esa cita apenas si podían conciliar el sueño, solo tachaban los días en el calendario y hablaban de su cita cada día en la pantalla. Estaban deseando que ese día llegase, ambos necesitaban convertir en olor, en tacto y en miradas sus sentimientos hacia el otro y una vez acordado el encuentro se llenaron de impaciencia. Ya falta un día menos, se decían…

Él llegó a las once menos cuarto, con su periódico en la mano izquierda. No había dormido nada esa noche y no quería llegar tarde a la cita y allí, en la puerta de la estación, se quedó parado esperándola. Cuando su reloj marcó las once empezó a ponerse muy nervioso, se sentía ridículo en esa guisa, en esa cita a ciegas, porque no estaba él muy seguro que la mujer que esperaba, la mujer que le había hecho sentir lo que jamás había sentido antes fuese la de la foto y además suponiendo que lo fuese ¿y si él no le gustaba a ella?. Y daba vueltas y vueltas alrededor de la puerta con su periódico esperándola…

Pero el tiempo pasaba y ella no llegaba, empezó a sentirse defraudado, miraba su reloj nervioso y buscaba a su alrededor la cara de su chica entre todas las gentes que pasaban, pero ella no estaba… A las doce menos cuarto comprendió que todo había sido un burdo engaño, que ella no llegaría y se alejó de ese maldito lugar, cabizbajo, triste, preguntándose porque no habría hecho caso a sus amigos cuando le decían que Internet es justamente eso, un engaño. ¿Por qué no había acudido a la cita si cada noche le decía que le amaba?, y poco a poco se fue perdiendo en la lejanía, dejando la estación de tren a sus espaldas, y volviendo de vez en cuando la cabeza con la esperanza de verla, hasta que la estacion desaperció de su vista. Volvía despacio a casa, desconsolado, sintiendo un extraño vacío difícil de llenar, difícil de explicar…

Ella llegó a las once en punto, con su rosa roja en la mano. Había invertido más de una hora en ponerse guapa, su pelo, sus ojos, su cara, sus labios…Cuando se miró por última vez al espejo en casa se sentía satisfecha de la labor realizada, estaba francamente guapa, pero ahora allí, con su rosa en la mano temblaba y se sentía demasiado insegura, muy fea, estoy horrible, pensaba, no le gustaré nada…Y es que los nervios le estaban traicionando y sentía una inseguridad tremenda. Deseaba tanto mirarle a los ojos, había soñado tanto con ese momento que ahora sentía miedo, pavor, pánico y solo quería huir de allí, pero algo la retenía, algo impedía a pesar de su nerviosismo que se marchara…

A las doce menos cuarto comprendió que él ya no iría. La había engañado, ¿Por qué se había fiado de él?, ¿Por qué había pensado que era diferente?. ¿Dónde estaba todo ese amor que sentían?, ¿Por qué no había venido?

Y se alejó triste deshojando la rosa que llevaba entre sus manos, iba tirando al suelo despacio cada pétalo cuando se alejaba, era como si su subconsciente quisiera marcar el camino a su casa para que él la encontrara…La había engañado, ella había sido sincera con él y su amor aún más sincero pero él la había engañado…Y su rostro se fue llenando de sigilosas y silenciosas lágrimas mientras se alejaba de esa maldita estación de tren que fue dejando a sus espaldas ¿Por qué no hizo caso a sus amigas cuando le dijeron que no se fiara, que todos los tíos en Internet son unos mentirosos?.

Ambos llegaron a sus respectivas casas desfondados, ambos conectaron sus ordenadores y ambos eliminaron el contacto. Ambos habían comprendido que habían sido estafados y ambos decidieron que nunca más volverían a creer en la magia de Internet.

Cuando ambos se dieron cuenta que ese día habían cambiado la hora, ya era demasiado tarde, ya no pudieron volver a comunicarse, se habían perdido en la inmensidad de la red y no fueron capaces de saber la manera de volver a encontrarse a pesar de los miles de intentos que hicieron por verse de nuevo. No había manera, la red es demasiado inmensa y habían borrado sus contactos, ya no podían recuperarlos. No sabían nada él uno del otro, ni donde vivían, ni sus nombres, nada que pudiese darles una luz para aclarar el error del cambio de hora, ni siquiera se habían dado sus números de móvil, porque no se fiaban el uno del otro, aunque si se amaban…

Nunca consiguieron hacer realidad el sentir como sus manos se entrelazaban para iniciar tal vez un camino juntos, porque el destino es tan caprichoso que cambió ese día la hora para ellos, para su cita, para su encuentro. El destino y el azar tan solo les regaló un desencuentro…

Blondie

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