Ella
Jamás amé a nadie como la amé a ella, con ella aprendí todo aquello que me enseñó y yo desconocía, cosas simples de la vida, como el valor de una sonrisa o ese pequeño y minúsculo rincón de ese callejón oscuro que pasa desapercibido cuando caminas por la calle y pasas junto a él.
Ella era la luz y las sombras y sin ella yo empecé a pensar que no era nada, sin darme cuenta se convirtió en algo esencial en mi vida, en esa compañía imprescindible con la que te apetece compartirlo todo. El resto ya daba lo mismo, tan solo su presencia me calmaba, tan solo su mirada tranquilizaba mi espíritu y su mano, tan solo su mano era el bastón que me hacía sentir firme en el camino.
Ella no era nada especial, no era muy guapa, ni demasiado lista, ni tan siquiera muy cariñosa, pero para mí era hermosa, hermosísima, era el atardecer y el amanecer, el ocaso de mi luz cuando no estaba junto a mí, los días con ella siempre eran especiales, diferentes, siempre reíamos y éramos felices con cualquier cosa. Me gustaba mucho amarla, la sentía frágil entre mis brazos y me sentía muy bien protegiéndola.
Ella era muy suya, muchas veces no atendía a razones o simplemente no razonaba y se enfadaba mucho y a mí me gustaba mirarla cuando estaba así de enfadada porque me parecía más hermosa aún si cabe.
Podría contar muchas más cosas de ella, cosas tan insignificantes como esa vez que…o…hablar del tacto de su piel o de su endiablada manera de salirse siempre con la suya.
Podría contar una a una todas las sensaciones que ella fue despertando en mí y lo vital que se convirtió su presencia en mi vida y muchas más cosas que al fin y al cabo conforman la personalidad de la mujer que amaba y que no es que fuese especial, sino que simplemente lo era para mí, al igual supongo, que será para cada uno la mujer que ama.
Como no es cuestión de desvelar todos y cada uno de nuestros secretos en este minúsculo espacio, pues me limitaré a decir que el día que lo dejamos pensé morir, primero mi vida se llenó de tristeza, nada me hacía sonreír, sentía una pena infinita, un dolor lacerante, su carencia la podía masticar y así pasé tiempo y tiempo hasta que un día se apoderó de mi la rabia, sí, la rabia de no haber sabido retenerla a mi lado y me volví un ser irascible, no se me podía dirigir la palabra porque soltaba siempre una impertinencia.
Reconozco que fueron unos momentos muy duros para los que me rodeaban, pero lo que ellos no sabían es que tenía un nudo en el estómago y contenía mi angustia como podía, ellos no entendían porque salían malparados en el intento de acercarse a mí. Yo sí.
Más adelante me invadió la resignación y supe que era lo que tenía que aceptar, que ella no estaría ya nunca junto a mi como antes y empecé a salir y a relacionarme de nuevo con la gente, pero con escepticismo, de hecho ninguna mujer que se acercase a mi tenía la más mínima posibilidad de conseguir arrancarme una ligera sonrisa. Las mujeres ya no me interesaban, era demasiado lacerante el dolor y no quería correr el riesgo de que me sucediese nuevamente lo mismo, eso jamás y opté por convertirme en un ermitaño de mis sentimientos, en un ermitaño del amor.
El día que Roberta entró en mi vida, no estaba programado, no debería de haber sucedido, porque mi mente y yo estaban con Ella pero aun así escuché educadamente, aunque con expresión huraña, lo que me hablaba, las cosas que me decía. Escuchaba sin oir...
Roberta hablaba y yo recordaba cuando Ella me miraba y se reía, como aquella aquella noche especial que yo estaba muy enfadado, pero no dije nada, simplemente recordaba y guardaba silencio…
Hoy no puedo vivir sin Roberta. El día que descubrí lo que sentía me di cuenta tambien que al igual que Ella, Roberta no era nada especial, no era muy guapa, ni demasiado lista, ni tan siquiera muy cariñosa, pero para mí era hermosa, hermosísima y aprendía cada dia algo nuevo a su lado y sobre todo lo más importante, al fin a Ella la había olvidado, la había borrado de mi vida para siempre. Atrás quedó Ella con todo lo vivido…
Ahora mi vida empieza y termina en Roberta y recuerdo a menudo eso que me decía siempre mi madre, la mancha de una mora con otra mora se quita…
Blondie