4 de mayo de 2007

El Mercadillo Medieval

Subía por la angosta calle empedrada, sin saber lo que me iba a encontrar, pero nada mas entrar me di cuenta que estaba viajando al pasado, olía a medievo, sus artilugios y sus vestimentas así me lo indicaban. Me choqué de bruces con unos malabaristas y saltimbanquis, que hacían una y mil filigranas en un espacio mínimo, era increíble verles moverse…

A mi izquierda en el suelo habían muchos cestos de mimbre llenos de objetos muy curiosos, remaches de puertas antiguas, de esas de cuarterones, llamadores de puertas, bolas de piedras del tamaño de una canica, lámparas de aceite, una rueca, un tamiz de trigo, cadenas, campanas, timbres y calentadores de cama, el tipo que los vendía estaba vestido con una túnica, parecía tranquilo, dejaba que tocara todo sin inmutarse, estuve un rato curioseando entre sus cestos hasta que decidí continuar el camino, la calle era estrecha y los tenderetes ocupaban casi todo el espacio.
.
A mi derecha había una mujer apoyada en el quicio de la puerta con un sombrero de cuatro picos, sus ojos eran de un color indefinido y su indumentaria de italiana del medievo, me gustaba su aspecto y me paré a charlar con ella, pero no me entendía, hablaba otra lengua y solo me sonreía, tenía colgados por la pared del muro unos cuantos vestidos que vendía, uno de ellos llamó poderosamente mi atención, era una falda negra de encaje ceñida al cuerpo hasta la altura de la rodilla, luego se abría en forma de quillas, era una falda muy antigua, pero a mi me gustaba mucho, por señas le dije que quería comprarla pero ella me dijo que no, que era pequeña, yo insistí en probármela y resultó espectacular puesta, quedaba increíble, pero me faltaba un palmo para abrocharla, mi gozo en un pozo, allí se quedó la falda con la enigmática mujer de mirada vidriosa…luego pensé que debería haberla comprado aunque me faltara un palmo y haberle hecho un apaño, pero lo pensé demasiado tarde…

Continué el camino viendo a los artesanos con sus bellísimos objetos que mostraban, me gustaba pasear lentamente por el empedrado suelo, alfombrado de paja, disfrutando de los estandartes que colgaban de balcones y ventanas y viendo como vestían a la antigua usanza, estaban todos inmensos…la hilandera, hilaba ajena a toda mirada, maravillosos trapos de lino, frente a ella el herrero golpeaba con furia su martillo en el yunque, mientras un hombre cercano a él soplaba el vidrio y hacía figuras caprichosas, vasijas y vasos de vidrio con adornos de metal…

Avancé por la calle y vi a una mujer con un pelo rojo sangre, ensortijado y brillante, su pelo le llegaba hasta la cintura y era pálida como la luna y su mirada azul cristalina, me paré para mirarla, llevaba unos cuantos ropajes superpuestos de colores oscuros granates, verdes y negros, tenía un montón de piedras semipreciosas en su tenderete, unos extraños aparatos para picar la maria y todo tipo de pipas y cachivaches para fumarla, todo allí olía a incienso, hasta ella misma olía a una mezcla de incienso y pachulí, me gustaba esa mujer y su tenderete, tenía unas estufitas que echaban el humo del incienso por la chimenea, eran negras y antiguas, le compré una, pensando emocionada en el humo que saldría en mi casa, donde pensaba colocarla…me gustaban todos los pañuelos y extraños colgantes que tenía, pero no compré nada más, continué mi camino y llegué a una especie de pequeña placita, había un pequeño olivo, con el tronco retorcido y adornado por un trapo morado y una verja negra que lo rodeaba en un círculo, bajé los tres peldaños de las escaleras de la plaza y allí había un puesto que decía Jaima, un argelino enjuto de mirada triste, estaba sentado impasible ante un montón de dulces y rizos, colocados en bandejas arabescas plateadas, las moscas acudían a esos manjares y se ponían las botas mientras el ni pestañeaba, le sonreí y me devolvió una sonrisa de dientes negruzcos y picados, era un tipo joven, delgado y portaba su túnica con elegancia, su manos estaban cruzadas sobre sus piernas y parecía absorto escuchando la música árabe que salía de un pequeño y viejo casette, me hizo un gesto invitándome a que probara sus manjares pero yo le regalé una excusa para no hacerlo y continué mi camino hacía otro puesto que había enfrente en el que asaban chorizos y salchichas, olía francamente bien, me estaba entrando hambre, pero pasé de largo al ver la higiene que tenía…

Ya me marchaba de la plaza cuando me sobresaltó el escobazo de una bruja, era muy fea y muy mala, estaba jorobada y llena de verrugas, no hacía mas que gritar y provocarme, sentí miedo de su maldad y quise mirarle los ojos para ver si tenía pecas en el iris, pero no me dejó, me lanzó un gruñido y quiso atraparme, me tuve que marchar sin saber si tenía pecas y la quemarían por bruja…no me quedó mas remedio que huir…el instinto de supervivencia me decía que acabaría en sus fauces si no lo hacía, allí la dejé gritando y profiriendo insultos a diestro y siniestro para todos los que andábamos por allí cerca…al salir de la plaza me crucé con un pastor que llevaba una vara de madera retorcida con unos cascabeles, golpeaba continuamente el suelo para que los gansos le hicieran caso, casi piso a uno de ellos, menos mal que soy una mujer de reflejos y puede esquivarle en el último segundo…

Según me acercaba el aroma me iba invadiendo, el puesto era maravilloso, estaba lleno de todo tipo de jabones y perfumes, era un puesto realmente bello, las frascas que contenían cada perfume, eran de cristal burdo, rectangulares y estaban tapados con un corcho, lacrados con el color de aroma que se tratase, solo tenía una etiqueta blanca, con una letra de caligrafía en minúsculas, que decía aromas…la chica me preguntó amable si quería oler alguno y yo me fijé en el de violetas, le pedí oler ese y otro de lilas, ella me dio dos palitos de cartón blanco con cada uno de los aromas y al olerlos me di cuenta que las lilas eran empalagosas, prefería las violetas, cogí el palito y me lo puse en el pecho por dentro de mi camiseta, para que conservara el olor en mi piel…quise comprarle un jabón pero no tenía de ese aroma, así que tuve que conformarme con el perfume, me lo envolvió en una especie se saco de papel estraza, de esos antiguos y continué mi camino hasta que al girar esa calle di con una plaza grande.

En la esquina, de la plaza, por la que yo entraba estaba un chico vestido de campesino, con una carreta muy rústica de madera, con tres enormes ruedas también de madera, llena de quesos de cabra, me paré a mirarlos y el me dio a probarlos, todos eran muy ricos, me explicó que vivía en el Ampurdán, en una especie de comuna y que vivía de esos quesos que el hacía, y que se sentía libre y feliz, me explicó que ponía la leche en un lienzo blanco, que lo anudaba y lo bajaba al sótano y que allí lo dejaba cuatro meses, en la oscuridad y después tenía estos quesos con esta forma…mientras el me hablaba de eso yo le miraba con envidia imaginando su forma libre de vida y me daban ganas de irme a su comuna a hacer quesos y a venderlos, era un chico bastante guapo, pero lo que mas me gustaba de él era lo relajado que estaba, se notaba que no sabía de crispaciones, ni de stress, era feliz…o se conformaba con la felicidad que tenía con su forma de vida…no me costó demasiado convencerle para que me rebajara si me llevaba dos quesos, le di a cambio un cigarro y me rebajó cuatro euros, no está nada de mal, pensé yo…

Cuando ya le había pagado, entró en la plaza la Santa Compaña, y detrás un tipo harapiento arrastraba a dos mujeres de pelos canosos y enmarañados, tenían unas enormes ojeras negras y los ojos amarillentos, iban vestidas con dos túnicas negruzcas que en su día debieron ser blancas, el tipo llevaba un palo del que salían unas cadenas que terminaban en grilletes y sujetaban las muñecas y los tobillos de cada una de esas mujeres, que gritaban y conferían alaridos estremecedores, estaban locas, daban mucho miedo…eran la locura…el resto de los comerciantes gritaban contra ellas, incluso uno les echó un atadijo de paja prensada y le dio a una de ellas en la cabeza…yo me agazapé asustada, me escondí entre un tenderete y la carretilla de los quesos, temblando…tenía tanto miedo…Al fin se fueron, las locas y el cortejo que las seguía, vi como atravesaban la plaza recibiendo insultos, objetos que les arrojaban y hasta escupitinajos de los que las veían, sentí pena de ellas, las veía tan indefensas en su propia locura…

Volvió el silencio y pude continuar mi paseo, el la plaza había un puesto de aceites y ungüentos, vendían aceites de rosa mosqueta, cremas de guaraná, y geles de Aloe Vera, la mujer me miró y me extendió un pequeño librito sonriendo y dijo, ábrelo por donde quieras, así lo hice y salió una frase que decía: desea con fuerza algo, cree en ello y será tuyo…yo le sonreí y le guiñé un ojo y ella entonces me dio un papelito que ponía:

Consejos de Belleza

Para unos labios atractivos, di palabras amables…
Para unos ojos bonitos, busca lo bueno de la gente…
Para una figura esbelta, comparte tu comida con el hambriento…
Para un cabello precioso, deja que el aire lo acaricie libremente…
Para una postura armoniosa, camina erguida con el conocimiento. Nunca caminaras sola…
La belleza de una mujer no está en la ropa que lleva, en la figura que tiene, ni en la forma en que cepilla su pelo.
La belleza de una mujer se ve en sus ojos, porque estos son la puerta de entrada a su corazón, el lugar donde reside el AMOR
La verdadera belleza de una mujer se refleja en su Alma
Es el cuidado que entrega amorosamente, la pasión que muestra.
Y…la belleza de una mujer aumenta maravillosamente con los años…
Con AMOR…

No me quedó mas remedio que comprarle el aceite de Rosa Mosqueta y el gel de Aloe Vera, mientras al despedirme me daba un beso y me decía conseguiras lo que quieres…

Un largísimo puesto con todo tipo de plantas, estaba justo a continuación de esos maravillosos aceites, empecé a leer los carteles, todo tipo de tés, rojo, verde, blanco, con melocotón, con menta, con albaricoque, con fresa y frambuesa, rooibos y mas…, daban ganas de probarlos todos en ese instante, a continuación estaban la hierbas medicinales, para la artritis, para los herpes, para los nervios, para la circulación, para el colón irritable, para las hemorroides, para el acné, para las alergias, para las impurezas, para la retención de líquidos, para …para todo lo que uno pudiera imaginar…allí estaba la hierba adecuada, era realmente impactante ver toda la salud allí reunida en unos canastos de mimbre, por un instante pensé en comprar cincuenta gramos de cada canasta y hacerme una súper infusión con todas ellas y así tendría la salud asegurada si lo tomaba cada día, - pensaba yo-, pero al final renuncié a comprar, ante la duda de por cual decidirme y porque de repente se abrieron las puertas centrales de la iglesia del pueblo y vi boquiabierta la belleza que se desprendía, estaba totalmente iluminada, la luz del interior era casi cegadora en el contraste del anochecer de la plaza, la virgen nos miraba desde lo alto, radiante, con su mejor manto.
Todos los bancos estaban vacíos menos dos mujeres que arrodilladas en el banco de la primera fila, rezaban en silencio, ajenas al alboroto del mercado…me recordó a la vez que fui a Benedetto y me encontré. sin buscarlo, una procesión auténticamente italiana, llena de color y de luz…con su patrono en alto y todas las beatas rezando y exclamando entre reliquias y cantos…con su santo de madera tallada y cara brillante…del estilo de la época de Sofía Loren o mas bien de ”la peli” aquella, la de un hombre y una mujer…,que aunque era francesa, describía muy bien la Italia profunda y religiosa… la época de las vendettas italianas y la religiosidad llevada al grado superlativo, la del honor por encima de todo…

Me asomé a la iglesia y entré en ella despacio, disfrutando de toda la belleza, mientras fuera una mujer de piel morena bailaba descalza al son de una música árabe la danza del vientre, con un pañuelo de monedas anudado en su cadera, que tintineaban en cada contorsión, era un ruido metálico y limpio y sentí como dos culturas se unían en ese momento de magia...

Fuera se oía el bullicio mientras yo me adentraba cada vez más en la iglesia y miraba con fascinación el altar central, a la Virgen, el resto de las imágenes y velas y el confesionario de madera, que estaba en un lateral, preguntándome si tendría también el cura algún pecado que confesar…


Blondie

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.