23 de julio de 2008

Y si vas a Sepúlveda...

Pues ahí andaba yo el pasado sábado, en una fiesta medieval popular, en donde las calles se engalanaron para recibir con todos sus honores a Dña. Urraca, donde todos sus súbditos vestían ropajes del medievo,- vigilados por las hoces del río Duratón-, entre sus casas, azotadas por el paso del tiempo, envejecidas, pero con ese sabor a viejo, ese sabor que te muestra que sabe envejecer, entre sus rincones extraños y desconcertantes y sus escalones desgastados de tanto y tanto pisarlos. Pues sí, allí andaba yo disfrutando del mercado medieval y de la lectura de sus fueros, por un maravedí…, echando de menos a saltimbanquis y brujas, a locas encadenadas y a trovadores. Me estaba pareciendo una fiesta pelín chapucera, pero aún así pensé: tengo un lugar donde dormir hoy aquí, así que yo espero hasta el final y lo veo todo…

Cuando dieron el toque de queda, todas las calles se apagaron y tan solo la luz de las antorchas empapadas en petróleo colgando de las fachadas, - que prendieron los mozos del pueblo-, las iluminaban. Sus antorchas era toda su iluminación, empezaba a ser mágico, solo fuego y humo, mucho humo de sus asaduras…



A la una y media de la noche ocurrió…Empezaron a tocar dos violines, una guitarra y una percusión. El sonido era limpio y cristalino, las canciones eras sefarditas, de la edad media.


Il Bastidor, los lamentos de una mujer judía por los constantes engaños de su esposo...

La Novia, cantando la noche anterior a desposarse por su inmensa alegría

Monegrines, ese pobre hombre que tocaba por todo Aragón su gaita y que una noche al volver a casa se enteró que había muerto su pequeña hijita de tres años. Desesperado y sumido en la más profunda tristeza envolvió a su gaita la faldita de su hija para así sentirla junto a él cuando tocaba. De ahí que la gaita aragonesa lleve un faldoncillo…

La hermana cautiva, canción en la que un caballero cristiano quedó prendido de una bella mora, al verla se enamoró perdidamente de ella y la invitó a montar en su caballo para que fuese con él. Ella le explicó que no era mora sino cristina, que de pequeñita la hicieron presa y que ahora él con su amor la había liberado, y montó en su caballo. Al llegar a casa del cristiano ella lloraba y lloraba hasta que entre lágrimas le dijo al caballero que su amor era imposible, que ella era su hermana…

Estas canciones y muchas otras llenaban el aire de magia con sus notas musicales limpias, entre antorchas de fuego y una inmensa luna…
Pues mereció la pena ir a Sepúlveda
a la fiesta medieval
como me dijera El Adelantado.


Así que ya lo sabéis, si queréis ir a Sepúlveda, ¡pues pillar La Sepúlvedana…!
Pero eso sí, ¡ni se os ocurra hacer pis…!

Leed, leed, el cartelito...




El resto de mis vivencias, como dijera no se quién, pues queden para mi…


Blondie

1 comentario:

Anónimo dijo...

una vez de pequeo mi madre me llevo en la sepulvedana. ya no he vuelto

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