ANA, Es Nombre de Mujer...
Estoy demasiado triste como
para poder pensar con claridad, un espeso vacío se apodera de la habitación y a
su vez la habitación se apodera de mí, me hace suya sin que yo oponga
resistencia.
Me llamo Ana y tengo treinta
y cinco años vividos entre dolores y alegrías. Ahora miro mi reloj y quisiera
que se detuviese en ese instante en el que no había sucedido todavía nada de lo
que más tarde sucedió.
Mi mente es poco lúcida pero
aún puedo recordar con claridad su voz en mi oído diciéndome te quiero una y
otra vez y también que yo no quería oírlo, no quería ser querida, pero le
dejaba hacer, necesitaba sentirme pequeñita entre sus susurros, pensar que no
pensaba en nada que no fuese él y sus amores locos por mi y creo que incluso en
algún instante de todo ese abanico de días continuos y otros alternados llegué
a conseguirlo.
Recuerdo que era primavera,
que el polen alfombraba las calles y las noches alargaban cada día un poquito
más, también recuerdo que no sabía muy bien lo que yo realmente quería...
El timbre histérico de mí
móvil me sorprendió con estos pensamientos, había olvidado ponerlo en vibración
y estaba pagando las consecuencias de mi olvido, la pantalla me mostraba su
foto, ese rostro que tanto conocía y que tan extraño me parecía cuando lo veía
ahora. No contesté a su llamada.
A cambio de no contestar a
su llamada me di un buen homenaje de aceitunas rellenas de anchoa, fui a mi
nevera y es lo primero que me encontré al abrirla y ese día comprendí lo que es
el pecado de la gula porque las comía de dos en dos, sin importarme para nada
la cantidad que iba engullendo. Quizás tal vez no era un pecado de gula y era
ansiedad y yo me confundí, no lo se, solo se que el bote desapareció en un
santiamén y las aceitunas encontraron un nuevo lugar donde vivir, mi estómago.
Y mi estomago comenzó a
sentir nauseas por tanto cuerpo extraño que le había metido sin su permiso y
tuve que obedecerle y vomitarlo en la taza de mi water, allí, yo sola, entre
espasmos y sudores fríos, pero eso sí, me quedé como nueva, ya no tenía asco ni
por las aceitunas, ni por esa foto que seguía insistente en mi móvil, ni por
los oscuros pensamientos que me acompañaban aquella tarde.
Sabía muy bien el por qué de
su insistencia, hoy cumplía treinta y seis y quería felicitarme, pero yo no
quería escuchar sus felicitaciones, eran demasiado amargas para mi y había
decidido festejarlas sola sin su voz.
Sin sus amorosos susurros y
sus te quieros repetitivos, sí, había decidido eso y ya nada ni nadie podía
pararlo. Nadie
Ni siquiera yo…
Blondie
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