14 de abril de 2013

La Ratonera

Todos los días libraba buenas batallas con ese maldito cepo, la pobre rata acababa extenuada por el esfuerzo que le suponía escapar de ese maldito muelle asesino. Sabía muy bien que si probaba esa comida sería su final, terminaría brutalmente aplastada.
No era una rata fea, ni grisácea ni repugnante, era una rata tranquila, tranquila cuando la dejaban en paz, tranquila y hermosa. Distinto era que mostrase su parte más fea cuando se sentía amenazada o atrapada e incluso acorralada.
Todos los días pues, libraba la misma batalla, despertaba contenta, se movía tranquila, disfrutaba del nuevo día hasta que al ir a desayunar  se topaba con esa maldita ratonera y ahí  empezaban a cambiar las cosas. No le quedaba otra que aguantarse.
Algunos pensaban que habría merecido en su vida en lugar de una ratonera, un buen ratón que la tratase a hostias, no a polvos, a hostias…
Otros pensaban que tal vez empezaba con la menopausia o la pre menopausia o como coño lo quieran llamar. ¿Las ratas tienen menopausia?, que yo sepa no, pero tendríamos que pregúntaselo a ella, ¿sería lo más lógico no?, pero las ratas no hablan, callan, guardan en su interior lo que sienten y viven pendientes del acecho, a la defensiva…No podemos pues preguntárselo.
Un día se armó de valor y decidió que ya había llegado el momento de escapar de esa maldita ratonera, pero no pudo. La ratonera era de mayor tamaño y estaba colocada en la única puerta de salida que la infeliz rata conocía…

Blondie

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