20 de noviembre de 2006

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La Camisa del Hombre Feliz

En las lejanas tierras del norte, hace mucho tiempo, vivió un zar que enfermó gravemente. Reunió a los mejores médicos de todo el imperio, que le aplicaron todos los remedios que conocían y otros nuevos que inventaron sobre la marcha, pero lejos de mejorar, el estado del zar parecía cada vez peor.

Le hicieron tomar baños calientes y fríos, ingirió jarabes de eucalipto, menta y plantas exóticas traídas en caravanas de lejanos países. Le aplicaron ungüentos y bálsamos con los ingredientes más insólitos, pero la salud del zar no mejoraba. Tan desesperado estaba el hombre que prometió la mitad de lo que poseía a quien fuera capaz de curarle.

El anuncio se propagó rápidamente, pues las pertenencias del gobernante eran cuantiosas, y llegaron médicos, magos y curanderos de todas partes del globo para intentar devolver la salud al zar. Sin embargo fue un trovador quien pronunció: - Yo sé el remedio: la única medicina para vuestros males, Señor.

- Sólo hay que buscar a un hombre feliz: vestir su camisa es la cura a vuestra enfermedad. Partieron emisarios del zar hacia todos los confines de la tierra, pero encontrar a un hombre feliz no era tarea fácil: aquel que tenía salud echaba en falta el dinero, quien lo poseía, carecía de amor. Y quien lo tenía se quejaba de los hijos.

Mas una tarde, los soldados del zar pasaron junto a una pequeña choza en la que un hombre descansaba sentado junto a la lumbre de la chimenea: - ¡Qué bella es la vida!, Con el trabajo realizado, una salud de hierro y afectuosos amigos y familiares ¿qué más podría pedir?

Al enterarse en palacio de que por fin habían encontrado un hombre feliz, se extendió la alegría. El hijo mayor del zar ordenó inmediatamente: - Traed prestamente la camisa de ese hombre. ¡Ofrecedle a cambio lo que pida! En medio de una gran algarabía, comenzaron los preparativos para celebrar la inminente recuperación del gobernante.

Grande era la impaciencia de la gente por ver volver a los emisarios con la camisa que curaría a su gobernante, mas cuando por fin llegaron, traían las manos vacías: - ¿Dónde está la camisa del hombre feliz? ¡Es necesario que la vista mi padre! - Señor - contestaron apenados los mensajeros - El hombre feliz no tiene camisa.

Leon Tolstoi

Tolstoy murió de una neumonía en una estación de tren. Se encontraba allí en plena huída de su vida de propietario, de rico escritor. Quería vivir una vida sencilla basada en sus pricipios éticos y religiosos. En cierto modo, el viejo León murió de un ataque de coherencia.

Sus últimas palabras fueron : “ La verdad ... amo mucho... Todo.”

1 comentario:

Cabeza Mechero dijo...

Me a encantado eso de "morir de un ataque de coherencia". Ya no recordaba ese cuento, lo leí de pequeño, y alguna vez lo había recordado... Simplemente genial

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