
Sobre mi mesa hay una taza de poleo, un paquete de tabaco, Un mar de problemas de Donna León y mi block de gusanillo cutre en el que escribo siempre anárquicamente, sin guardar las composturas de la página ni respetar las alineaciones. El hombre continua perdido en si mismo. Yo he dejado de leer, he abandonado mi bolígrafo sobre la mesa y he elegido dedicarme a observarle. Me interesa ese hombre, intuyo en él una vida interior más apasionante que mi novela o mi block. El silencio reina en el café. El camarero desliza sus cansados pies sigilosamente por el suelo.
El momento es lento, tengo la sensación de que el mundo se ha parado hace rato y que siempre hemos estado allí los dos, él perdido en su propio mundo y yo imaginando como será ese mundo suyo. A través del cristal se ve el arco iris sobre el cielo de La Glorieta de Bilbao. Su perdida mirada se vuelve a romper por un instante para mirarlo, los dos miramos a la vez, después, antes de volver a su lugar de nuevo, nos miramos y nos sonreímos. Me gusta mucho ese tipo, es una pausa en mi vida, no es guapo pero tiene algo que me atrae, siento su tibieza oculta entre sus tristes escapadas, me entristece pensar que para mi su vida, en cuanto abandone ese lugar, será una duda, una incógnita, que jamás volveré a verle. ¿Me cobras por favor?, le digo al silencioso camarero que no mira a ninguna parte, aburrido de su trabajo y de sí mismo, dejó unas monedas que tintinean musicales sobre el mármol de la mesa cuando las deposito y abandono lentamente el café perdiéndome en el arco iris y dejando allí a ese hombre perdido en su mundo…
Blondie