19 de julio de 2010

Arco Iris de Una Duda

Un hombre joven está sentado frente a mí en El Comercial, ni se percata de mi presencia. Estamos el uno frente al otro, nuestras posiciones son esas que nos obligan a vernos continuamente. Entre los dos hay una mesa vacía. Su mirada está perdida en sus propios pensamientos. No tiene prisa, no ha mirado ni una sola vez el reloj ni parece que espere a nadie. Sobre su pequeña mesa hay una taza de café y un periódico. Por un instante su mirada se fija en su móvil que suena estridente en el silencio del café pero eso solo dura eso, un instante. Rechaza la llamada, prefiere continuar con su mirada perdida en su mundo.

Sobre mi mesa hay una taza de poleo, un paquete de tabaco, Un mar de problemas de Donna León y mi block de gusanillo cutre en el que escribo siempre anárquicamente, sin guardar las composturas de la página ni respetar las alineaciones. El hombre continua perdido en si mismo. Yo he dejado de leer, he abandonado mi bolígrafo sobre la mesa y he elegido dedicarme a observarle. Me interesa ese hombre, intuyo en él una vida interior más apasionante que mi novela o mi block. El silencio reina en el café. El camarero desliza sus cansados pies sigilosamente por el suelo.

El momento es lento, tengo la sensación de que el mundo se ha parado hace rato y que siempre hemos estado allí los dos, él perdido en su propio mundo y yo imaginando como será ese mundo suyo. A través del cristal se ve el arco iris sobre el cielo de La Glorieta de Bilbao. Su perdida mirada se vuelve a romper por un instante para mirarlo, los dos miramos a la vez, después, antes de volver a su lugar de nuevo, nos miramos y nos sonreímos. Me gusta mucho ese tipo, es una pausa en mi vida, no es guapo pero tiene algo que me atrae, siento su tibieza oculta entre sus tristes escapadas, me entristece pensar que para mi su vida, en cuanto abandone ese lugar, será una duda, una incógnita, que jamás volveré a verle. ¿Me cobras por favor?, le digo al silencioso camarero que no mira a ninguna parte, aburrido de su trabajo y de sí mismo, dejó unas monedas que tintinean musicales sobre el mármol de la mesa cuando las deposito y abandono lentamente el café perdiéndome en el arco iris y dejando allí a ese hombre perdido en su mundo…

Blondie

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