31 de diciembre de 2007

El medallón de Ginebra

El camino era largo, estaba todo en silencio, no había gente en ninguna parte, el sol parecía que calentaba más que nunca, hacia mucho calor, parecía como si el tiempo se hubiese detenido.Ginebra caminaba por él lentamente, sin prisa, el sudor y la ligera brisa hacían que su vestido se pegara a su cuerpo, dibujándolo, caminaba pausada sin prisa y de vez en cuando dejaba caer un chorro de agua de su botella por su cuerpo, parecía que el camino jamás se terminaría, se sentía agotada pero seguía caminando.

Cuando inició el camino tenía mucha energía, pero poco a poco según iba avanzando sus fuerzas flaqueaban, estaba agotada, terriblemente agotada…

Vio un árbol al lado del camino, estaba allí plantado solo, como si le hubieran abandonado, pero le ofrecía su cobijo, se aproximo hacia él y vio que pasaba una acequia, se arrodilló y comenzó a mojarse todo el cuerpo, la nuca, el pelo, el cuello, metió sus pies en la helada agua de regadío y se sintió estremecer, le parecía algo muy parecido a ese sentimiento de placer cuando haces algo prohibido.

Sintió un alivio, comenzó pues a despojarse de la ropa, para sentirse mejor, para refrescarse. El contacto con el agua helada estaba consiguiendo que sintiera menos calor y como consecuencia que empezase a estar menos aturdida…

Estaba ensimismada viendo el reflejo de su rostro y de sus senos en las cristalinas aguas. Se sentía muy fatigada y tenía claros signos de esa fatiga en la expresión de sus ojos, necesitaba descansar, el camino que le quedaba por hacer aun era largo y quería conseguir llegar perfecta a la fortaleza de Camelot.

Claramente necesitaba descansar, aunque estaba bella, tenia esa especie de belleza enfermiza, que tienen aquellos que están tristes y agotados, que le confería una especie de serenidad y que no se sabía muy bien si era eso, o simplemente tristeza…

De su cuello colgaba un medallón con el símbolo de su familia, su padre antes de morir se lo había colgado a ella del cuello haciéndole prometer que jamás permitiría que nadie se lo arrebatase, aún al precio que fuese. Le dijo: Ginebra este medallón deberá permanecer siempre en tu cuello y en tu corazón, no lo olvides jamás, que nadie te lo arrebate…

Miraba fijamente el medallón reposar sobre sus senos, siguiendo con su mirada el ligerísimo y suave balanceo, cuando vio como iba apareciendo junto al reflejo de su rostro en el agua, el rostro de un hombre que asomaba por su hombro derecho tras ella, era un hombre joven con expresión huraña y mirada opaca, le daba miedo ese hombre. Ginebra se estremeció, pero no se volvió a mirarle, tan solo dio un respingo y continuó mirando el reflejo de ambos en las aguas…

Su mente trabajaba muy deprisa, a pesar de su fatiga, quería idear una forma de escapar, pero no podía ya que al frente estaba la acequia y detrás de ella el hombre. El camino estaba solitario, nadie saldría a su auxilio si gritaba o corría…Empezó a pensar que no tenía escapatoria y notó como su corazón latía con fuerza, como si se le fuese a salir del pecho. Intentó permanecer impasible, como una estatua, cada segundo era tiempo que ella ganaba para intentar escapar…

Súbitamente el hombre la agarró con fuerza, sin mediar palabra, la zarandeó, tiró de ella con fuerza y le arrancó el colgante del cuello, dejándole un doble dolor, el físico en su cuello por la brusquedad y la marca que le había producido y el dolor de su corazón al sentir que había dejado que le arrebatasen algo que prometió a su padre en su lecho de muerte, que jamás sucedería…

Después llegó el maltrato y lo peor de todo era que no podía gritar porque nadie la oía, no podía llorar porque estaba seca, paralizada, no podía correr porque estaba fatigada, muy fatigada…así que estaba llegando a la conclusión que no tenía escapatoria, sabía que caería en sus zarpas y que la destrozaría, igual hasta la mataba con esa brillante espada que portaba, para que nadie pudiese saber jamás que había sido él quien le había arrebatado el medallón y con él, la promesa que le hizo a su padre de no permitir jamás que eso sucediera…

De pronto, entre forcejeo y forcejeo vio como empezaron a saltar unos remaches de su armadura y como fue cayendo lentamente dejando al descubierto un cuerpo frágil y enclenque, de aspecto enfermizo, unos cuantos huesos envueltos en piel. ¡Todo era pues fachada!,- pensaba ella mientras recobraba las fuerzas y le arrancaba enérgicamente el medallón -, para después echar a correr como una gacela, como una mujer llena de energía,llena de vida…

Y allí quedó él intentando recomponer su armadura mientras ella corría y corría por el camino hacia Camelot para conseguir llegar a los brazos de Arturo, que la esperaba enamorado, dejando en el mas profundo de los olvidos lo que había sucedido junto a la acequia, porque ya se sabe que hay cosas para las que una dama jamás debe tener memoria…

Blondie

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